La cuna de barrotes
Segura, cómoda y práctica para los papás. Esos son los requisitos principales que debe cumplir la cuna. La de barrotes, en sus múltiples variantes, es el modelo estrella porque permite una buena aireación y vigilar al bebé. Todo un clásico a prueba de modas.
Otra ventaja: la mayoría de cunas de barrotes incorpora un somier regulable a varias alturas para que podamos acostarlo sin dejarnos la espalda en el intento. La profundidad mínima, eso sí, debe ser de al menos 60 centímetros.
También las hay con laterales abatibles, aunque es una opción menos recomendada por el peligro de que el sistema falle, de hecho, estas cunas están prohibidas en Estados Unidos. Por eso, si nos decidimos por una cuna de barrotes, debemos asegurarnos de que incorpora un buen sistema de bloqueo que haga imposible que el bebé lo manipule o se la barrera se caiga por accidente.
A la hora de escoger, debemos por supuesto asegurarnos de que está homologada y cumple con la normativa en vigor –norma UNE-EN 716-1/2:2008– y, sobre todo, aplicar el sentido común: la cabeza del bebé no puede caber entre los barrotes (entre 4,5 y 6,5 cm), debe estar fabricada con materiales no tóxicos –mejor, claro, los ecológicos– y sus ángulos deben ser redondeados. La lista de requisitos para que sea segura es muy amplia, pero vale la pena preguntar y asesorarse bien antes de decidirse. La medida estándar es de 120 x 60 centímetros. Y si hemos heredado la cuna o nos la han prestado, debemos inspeccionarla bien y asegurarnos de que no le faltan piezas o tiene algún elemento roto. Si hay que volverla a pintar, la pintura debe ser, por supuesto, no tóxica: no hay nada que les guste más mordisquear a los bebés que los barrotes de su cuna.
¿Y dónde ponemos la cuna de barrotes? Al principio, pegadita a nuestra cama. Una vez en su propia habitación, ni al lado de un radiador, ni debajo de una ventana, ni de estanterías o elementos colgados en la pared. Lo mejor: que la veamos sin problemas desde la puerta.
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